Entre las medidas adoptadas por la crisis del coronavirus, el Gobierno ha ampliado hasta octubre el plazo para que las empresas cotizadas puedan convocar sus juntas de accionistas. Como las mayores empresas del país, en cooperativas, colegios profesionales, sindicatos o asociaciones muchos procesos participativos han quedado estos días postergados hasta esa vuelta a la normalidad y ello pese a que tecnológicamente es totalmente viable celebrarlos telemáticamente. Al igual que ha sucedido con el teletrabajo, quizá el covid-19 marque aquí un antes y un después.
«La tecnología no sólo permite ya acelerar los recuentos, sino que también garantiza la accesibilidad, el anonimato y la inmutabilidad del
voto al tiempo que agiliza y simplifica los procesos. Por ejemplo,
serviría para reducir el tiempo necesario para que toda la plantilla de
una gran empresa participe la renovación de su representación sindical.
Eso en el entorno empresarial, pero fuera de él también se puede emplear
para decidir qué presupuesto escogemos para la reforma de la fachada o
si en queremos que en nuestro pueblo haya o no espectáculos taurinos»,
explica Guillermo López, cofundador de la ‘startup’ bilbaína Appsamblea,
que estos días ha visto incrementado el interés por su plataforma
digital de digitalización de procesos consultivos. «Hay casos en los que
es una alternativa que descubren ahora por el coronavirus,
pero también hay organizaciones que ya estaban planteándose posibilitar
el voto ‘online’, pero, aunque ninguna de ellas sea tecnológica,
todavía veían barreras para su implantación», señala.
Barreras al desarrollo
La primera, la más obvia, sería la edad. En teoría, los mayores no están familiarizados con la tecnología y
no se desenvolverían bien en este tipo de procesos. «Es cierto, además
hay quien ni siquiera tiene móvil, pero una de las posibilidades es la
de realizar procesos mixtos. Es decir, que podrías votar desde casa pero
también acudiendo a un colegio electoral o centro habilitado donde les
ayudaría. Además, la mejora de la usabilidad es una constante en
cualquier servicio tecnológico», señala López.
También, y esta ya es más preocupante, está la barrera cultural. Por un lado, la de los ciudadanos, que estamos poco acostumbrados a que se nos pida la opinión y a veces no nos mostramos muy participativos por
lo que algunas organizaciones ni si quiera ven la necesidad de pedir su
involucración más veces de lo que ya hacen. Con la ventaja añadida de
que así no hay que ajustar los estatutos a nuevas herramientas, porque
entre los obstáculos al despegue del voto electrónico también hay que
mencionar el legal, la falta de normativas (particulares y generales) al
respecto.
En otros casos, la organización prefiere aferrarse a procesos que pueden ser más o menos controlables.
Hay empresas cotizadas que promueven (a veces incluso ofreciendo
regalos) que sus accionistas deleguen el voto en su actuales
responsables. La ventaja de delegar (ahorrarte la molestia de asistir
personalmente a la junta) se esfuma si la votación se puede hacer desde
un móvil. Pero si cada accionista emite su propio voto, el resultado se
vuelve mucho más impredecible que si participa en el proceso consultivo a
través de unos delegados de los que ya se conoce la intención de voto.
También hay ocasiones en las que a determinados agentes les puede
interesar el abstencionismo o contextos en los que incluso funcione el
voto coaccionado, de modo que en ellos no van a apoyar la facilitación
de los procesos participativos.
Pese a estar de acuerdo en que el voto electrónico se acabará imponiendo, desde la las organizaciones tienen sus propias reticencias. En ellas niegan la falta de interés por evitar la participación, y alegan cierta desconfianza en la madurez de la tecnología. Ninguna organización quiere ser la primera por miedo a que el proceso genere problemas en el debut, además de que aún quedan flecos que resolver sobre qué hacer si alguien no quiere usar el voto electrónico y obliga a hacer un proceso mixto, haciendo que lo que se suponía que iba a simplificar el proceso acabe complicándolo más.
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Fuente: El Correo